La llevé despacio hasta el andén. Me quedé mirando sus enormes ojos azules y estuve a punto de preguntárselo. Supuse que la habría conocido en una de esas fiestas que daba Mari Flor, en el jardín de su casa. Unas interminables meriendas con sabores dulces y aromáticos, donde se jugaba pícaramente al escondite y se buscaba un amor secreto. Creo recordar que en una ocasión me tiró los tejos y luego terminó casándose
con aquél pelirrojo que andaba detrás del viento de las faldas.
¡Pero ése anillo! Brillaba en su dedo con una piedra inconfundible, igual que la que llevaba el que le regalé a mi prometida el día de su cumpleaños. ¡Es el mismo! ¿Qué habrá pasado para llegar hasta su dedo? Estoy seguro que me habría contado todo si el tren, momentos antes, no le hubiese seccionado el cuerpo por la mitad.
NOTA DE PRENSA
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